Un minuto con Dios

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Dicen que el rostro es el espejo del alma; en él se manifiestan los distintos estados anímicos, las distintas disposiciones internas.

Si no quieres que tu rostro refleje la cólera o el mal humor, no lo fomentes en tu interior; no ofrezcas a tus familiares, a tus dependientes, a quienes tratan contigo, o se mueven a tu alrededor, la triste escena de un rostro amargado, aplastado, repelente.

Ofrece más bien un aspecto alegre, optimista, em­prendedor; la sonrisa es siempre más atractiva que el ceño adusto o el gesto amargante.

Y no sólo más atractiva, sino también más construc­tiva; serás más, conseguirás más, serás más útil, si en tu interior fomentas el orden, la tranquilidad y una serena paz.

Serás más acepto a los demás, porque en tu exterior, en tu rostro aparecerá tu interior.

“Yo exalto a mi Dios, y mi alma se alegra en el Rey del cielo. Su grandeza sea de todos celebrada y con­fiésenle todos en Jerusalem” (Tob, 13-7).

Tú tienes sobrados motivos para alabar al Señor y para dedi­carte a que todos cuantos te rodean se dediquen tam­bién a alabarle.

Todo lo has recibido de El; a El le debes infinitas acciones de gracias.

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